Alrededor de todo el mundo, la inflación se impone como un tema mayor de preocupación para los hogares, las empresas y las autoridades monetarias. Y, con un mismo origen: el aumento de los precios de las materias primas, impulsada por la demanda de los países emergentes.
En el Reino Unido, el alza de los precios tuvo un salto brusco en abril, de 4,5% en un año, según los datos oficiales publicados el 17 de mayo. También se aceleró en la zona del euro, en 2,8%, lo más alto desde hace 30 meses.
En el mundo emergente, donde los productos alimenticios siguen representando entre 30% y 40% de los gastos de los hogares, el impacto sobre las materias primas se siente aún más fuertemente: la inflación se instaló en abril en 8,6% en India, 6,5% en Brasil, 5,3% en China.
El mito de la gran moderación se terminó. Antes de la crisis financiera, la gran mayoría de economistas y dirigentes políticos creían muerta a la inflación, asesinada por la globalización.
China y su mano de obra barata iban a arrastrar por siempre a la baja los precios en Occidente.
En la zona del euro, el crecimiento está bien repartido en las grandes economías, que son Alemania y Francia.
Pero inquieta a los expertos que esto se produzca cuando el mercado laboral todavía se arrastra. Con una tasa de desempleo promedio cercana al 10%, nadie cree verdaderamente en la amenaza de una espiral inflacionista donde el alza de los precios se transmita a las remuneraciones.
Pero a falta de aumentos salariales, el poder adquisitivo corre el riesgo de resentirse. Esta alza de los precios alimenticios y de la gasolina tiene un impacto psicológico importante en el comportamiento de los hogares. El valor real de los salarios se erosiona y eso puede frenar el consumo.